7.30 de la mañana. Suena el despertador. Y de entre un lío de sabanas aparece una melena bastante larga y lisa, pelirroja. Da un sobresalto y de repente, salta de la cama. La verdad es que ni ella sabe donde va y dudo también que sepa donde se encuentra, ya que su cabeza aún esta llena de ruido y sus venas de alcohol. Mira hacia el reloj, y comienza a maldecirlo. Sábado, y ella despierta a las 7.30 de la mañana. Verdaderamente se gasta su tiempo para decidir levantarse, a pesar de que hoy no tenga que ir a la Facultad.
Inés. Una chica de unos 19 años. Ni muy alta ni muy baja, 1.70cm.Delgada, mucho. Llevaba un pelo precioso, largo y extremadamente liso. Con un color pelirrojo, que deslumbra. No se podría decir que fuese muy morena de piel, pero la verdad es que tampoco era demasiado blanca. Lo más increíble de su cara, sin duda, eran aquellos ojazos verdes que acaparaban todas las miradas del mundo. Eran enormes, tanto como sus pestañas. Su sonrisa decía mucho de ella, bueno, mas bien todo. No dejó de sonreír en los 19 años que tenia de vida.
Inés era Alemana, pero ahora estaba en Italia para poder cumplir su sueño y estudiar medicina.
El caso es que aquella mañana ya no podría hacer lo que siempre hacía, dormir. Así que se fue al baño, se vistió, se peinó y se fue a la calle. Ahora se dirigía a casa de Emma, la mejor compañera de locuras que pudo encontrar en Italia. La verdad es que aún era temprano, pero bueno, Emma siempre estaba disponible.
(Riiiiing, riiiiiiing.)
-Oye, rubia dormilona vamos, te espero aquí. Baja, que una olla de café nos espera.
-Pero Inés, ¿tú sabes que ora es? , son las 8:15 de la mañana. Hoy es sábado, y además, aún tengo un dolor de cabeza horroroso.
-¿Y tú sabes que me da exactamente igual?.
-Cierto. Ya bajo.
Aunque no lo pareciese, Inés no era tan borde como se veía, y Emma era más fácil de lo que creía.
Bueno, después de 10 minutos, Emma salía por aquella puerta como si fuese un vampiro al que se le queman los ojos con el sol de por la mañana.
-Estás loca , en serio. Después de la locura de anoche, ¿tienes alma para despertarte a dios sabe que ora? Cada vez me sorprendes más Inés.
-Si te soy sincera, me he despertado por error, pero bueno, aunque te cueste despertarte tan pronto, no puedes negar que te encanta que desayunemos juntas en aquella cafetería eh?-Dijo con una sonrisa pícara.
Las dos sonrieron y entraron.
-Dos descafeinados por favor.
-Enseguida- Dijo el camarero.
Entraron, y después de pedir los cafés se sentaron en la mesa de siempre. Al lado de la ventana y lejos de la puerta. Tenían esa mesa asignada para ellas, y creo que el camarero también lo sabía.
-Aquí tienen sus descafeinados, señoritas.
-Muchas gracias.
Ellas eran como dos cotorras a las que jamás consigues callar, pero contando con que eran las 8:45 de la mañana y con qué la noche del Viernes fue un no parar. Era normal y comprensible que no hablaran hasta que algo les llegara al estómago y activara el cerebro.
-En fin, esta tarde ¿qué? Te apetece salir, o quedarnos en alguna casa.
-¿Hoy? Puf... Me vas a perdonar Inés pero hoy vienen mis padres desde Suecia, y pasaré el día entero con ellos. Se me olvidó avisar.
-Ah, vale, que guai- dijo con un desgane increíble- entonces creo que será una tarde muy interesante.
-Bueno, siempre puedes salir a conocer gente. Total, tu hablas hasta con los perros, eres amigable.- Las dos se rieron, porque ambas sabían que era cierto.
Cuándo acabaron esos cafés, eran las 11 de mañana. Sí, pasaron casi toda la mañana sentadas ahí, en una cafetería. Emma se despidió de Inés, y se fue directa al Aeropuerto de Fumiccino a por sus padres.
Inés tenia pensado irse a su casa, comer allí, y después quizá salir a, como decía Emma, conocer gente. Pero la verdad es que ese plan le aburría demasiado, así que Inés cogió el metro y se fue a pasear.
Estuvo paseando por las calles de Roma, bastante rato, compró unas cuantas camisetas, y alguna cosilla que otra para Emma, después de todo había sido la única capaz de aguantarla desde que vino de Alemania.
Era la hora de almorzar así que se fue a una pequeña tiendecita de pizza que había cerca.
Después de mirar y remirar todos los tipos de pizzas posibles, se decidió por la que siempre comía. Una pizza napolitana. La compró y se fue a Plaza de España, para poder disfrutarlo, su trozo de pizza, el sol de aquel medio día, y las vistas, que aun que parecía que Inés no se fijaba, ya le había echado el ojillo a algunillo italiano que había pasado por allí.
-¡COÑO!, ¿¡qué cojones es esto!? –Inés estaba furiosa. Y no era para menos, cuándo le caía un vaso entero de agua por la cabeza.
-¡OH dios!, lo siento lo siento.- dijo una voz masculina.
-¿Cómo que perdón? Te creerás que por mil perdones que me pidas me vas a secar ¿no?
-Eh, perdona guapa. Que es agua, limpia y potable. Y más me ha jodido a mí perderla con el calor que hace.
Inés se levantó, y se dio la vuelta. A decir verdad, el chico estaba de muy buen ver, pero su cara bonita no iba a hacer, por desgracia, cambiar el humor de Inés. O por lo menos, eso pensaba ella.
-Bueno, que, ¿piensas quedarte ahí toda la tarde, o que? – dijo Inés .
-La verdad es que tenía pensado ir a casa a descansar, pero bueno por ti, cambiaré de planes.
-Gilipollas. Lo decía por si pensabas estar toda la tarde ahí, delante de mi, mirándome.
-Ah! Bueno, no lo había pensado, pero vale. Puedo quedarme aquí todo el tiempo que quieras eh?, no hace falta que te pongas así- contestó con una sonrisa pícara.
- Atrévete.
-¿Me estás retando?
-Te estoy echando.
-Ah! , vale- le contestó añadiendo tras de esto una sonrisa. Y se sentó al lado de ella.
Inés se quedó paralizada y no sabía si aquel chico lo había entendido bien. Pero se sentó y acabó de comerse su trozo de pizza.
-Y bueno, ahora que ya estamos tranquilitos y medio secos- soltó una carcajada- ¿Cómo te llamas?
La verdad es que en un primer momento Inés lo quiso mandar a la mierda, pero después, pensó que hoy Emma no estaba, así que no tenía nada que hacer.
-Inés. ¿Y tú?
-Yo me llamo Eric.
-Anda, como el de la sirenita – y Eric empezó a reírse. E Inés no tuvo más remedio que echarse ella también a reír.
Estuvieron hablando toda la tarde, de sus vidas, de lo que les había llevado hasta allí.
Eric, tenía 20 años, y estaba haciendo la carrera de Derecho. Sus padres se habían mudado con el desde Francia hasta Italia, para que pudiese estudiar. Llevaban 3 años en Italia, bueno, Eric era quién los llevaba. Sus padres se fueron de vuelta a Francia al darse cuenta de que Eric podría vivir sin su ayuda. Era alto, más que Inés. Era un poco corpulento, no demasiado. Era moreno, tanto de pelo como de piel. Tenía una sonrisa perfecta, blanca y preciosa. Y sobretodo eran aquellos ojos verdes lo que a Inés le llamo más la atención; aun que los de ella no tenían mucho que envidiarle.
Fueron a comer un helado, estuvieron toda la tarde riendo, hablando, paseando… Cenaron juntos, aun que Inés se opuso un poco a que Eric le pagara la comida. Eran las 12:30 de la noche. Eric se empeñó en acompañarla a su casa, pero Inés se opuso tanto que Eric no pudo hacer otra cosa.
Inés llegó a casa, y nada más llegar se tiró en su cama, y no precisamente para dormir. Estuvo mirando el techo más de 1hora. Hasta que su móvil la desconcentró.
Un mensaje.
“Pensaba que había visto todos los monumentos y paisajes mas bonitos de Italia, pero ya veo que te has sabido esconder de mi demasiado bien, ¿eh? Aun que, la verdad, eres un poquito borde. Mañana nos vemos, ¿va? Discútelo con tus ojos, he quedado con ellos. Eric.”
Inés se quedó petrificada. Y en el mismo momento que asimiló todo, empezó a sonreír como una loca, ha gritar de alegría. Y el corazón… el corazón lo tenía a mil por hora.
“Y tú eres un poquito creído. Mañana te veo, claro. Que tengo un pacto con tu sonrisa. Inés”
No sabía como, ni por qué, pero estaba enamorada de él. No podía dejar de pensar en aquella tarde, en la mejor tarde de su vida desde que vino a Italia. Y la verdad es que volvería a repetir el momento de la botella de agua cayendo por su pelo. Porque estaba segura de que ver aquellos ojos y aquella sonrisa no tenía precio.